sábado, 18 de febrero de 2012

Milton. Un perro

En las inmediaciones de la estación vive un perro que se llama Milton. El origen de su nombre es desconocido, ya que no se le recuerda dueño alguno, y los vecinos encuestados aseguran que lleva más de 10 años recorriendo la zona en total soledad. Milton, a diferencia de otros perros célebres, no registra en su haber ninguna actitud heroica que lo haga digno de recuerdos, ni tampoco expresa simpatía alguna en su andar cansino por el barrio. Es más bien (en apariencia) un perro cualquiera, silencioso y aburrido, que se maneja por el barrio como los empleados públicos que saben del tema. Algunos le tienen aprecio, más por costumbre que por mérito canino, y sólo los chicos festejan su llegada puntual, cada día, a la hora en que salen del colegio. Milton, por su parte, permanece impávido frente a estos saludos, no ya por soberbia sino más bien por desidia, y mira pasar, con gesto aburrido, a los escolares en sus bicicletas. Luego regresa, no se sabe bien adonde,  y no se lo vuelve a ver hasta la hora en que llegan los rápidos a la estación. Esa mayormente es su vida. 
Sin embargo, detrás de su espesa melena y sus ojos playmobil,  Milton guarda un secreto. Un terrible y espantoso secreto que haría llorar a todo San Gabriel, que provocaría el terror, el encierro, la locura y el sinsentido en toda la población, y que Milton guarda celosamente, escudado en su notoria incapacidad para hablar, o tal vez, amparado en un completo desinterés por el tema. 

lunes, 2 de enero de 2012

Mario Mancuso, el tano

Mario Mancuso, el tano, tiene 36 años y escribe poesía. Llegó a San Gabriel hace 3 años y desde entonces no se le ha visto más trabajo que ese, amén de algunas tentativas comerciales relacionadas con la compra y venta de usados que nunca llegó a poner en marcha. Lee sus poemas en un programa de radio zonal, a pedido de unos amigos que conoció en el bar y gimnasio Los Volantes. Tiene una voz cavernosa y potente, y habla un perfecto español sevillano ya que su madre era de esa ciudad y lo instruyó en los dos idiomas.
Se lo suele ver también en La Terracita, bar ubicado dentro de la estación San Gabriel del ferrocarril Dorrego, más que bar, una barra que sirve tragos a toda hora, de espaldas a un pequeño ventanal con vista al andén, y donde Mario puede hablar italiano con el propietario del local, el doctor Cavalieri.
Mario Mancuso también va al hipódromo, y muchos creen que allí reside su improbable capacidad monetaria, habida cuenta de su tenaz falta de empleo. A bordo del mismo tren, asiste a las carreras de los martes, donde según dice hay poca gente y mucha tranquilidad para pensar las apuestas y mirar bien los caballos. Los que lo acompañaron alguna vez dan fe de su intuición ganadora, que lo lleva a agenciarse con bastante facilidad de modestas sumas de dinero, sumas que en modo alguno justifican su inagotable capacidad de pago en los bares y librerías que frecuenta. 
Cuando no realiza alguna de las actividades mentadas, Mario Mancuso está en su chalet de la calle Colonia, escribiendo febrilmente en una libreta (tiene una computadora pero casi nunca la usa) o tal vez, en una noche poco inspirada, mirando atentamente alguna película en el cable, con total predilección por las de Europa Europa, o en su defecto, algún clásico de TCM.
Una de sus películas favoritas es King Kong, en cualquiera de sus dos versiones. Asegura que se trata de la única película de amor más o menos digerible de holliwood, y  que la escena del rascacielos lo conmueve como pocas en la historia del cine. Una vez, mientras la veía con un amigo, después de tomar unos tragos en Los Volantes y regresar a la casa sin hablar, como diez cuadras sin hablar, cada uno con las manos en sus respectivos bolsillos y en silencio, y después de haber apurado un fernet más mientras la película corría, también en silencio aunque su amigo ya había iniciado algunos temas sin éxito porque era como si Mario Mancuso hubiera olvidado el idioma, que sólo decía algunas cosas en italiano, y mientras finalmente llegaba la parte en que el gorila extasiado en su grito de dolor manoteaba aviones, hecho una furia desde la cima del edificio más alto, Mario Mancuso le dijo, con su voz radial y profunda, como la de un locutor de radioteatros antiguos, que eso y nada más que eso era lo que él quisiera hacer cuando un amor le fracasaba.