lunes, 30 de marzo de 2009
miércoles, 25 de marzo de 2009
domingo, 8 de marzo de 2009
Margarita
Llegó a mi hogar sabiendo que lo que me impulsaba a adoptarla no era el amor sino la culpa, la necesidad de reparación. Enseguida notó mi desinterés natural hacia las mascotas, y por eso tenía esa mirada. Pura desconfianza.
Yo le ofrecía lechuga, y ella prefería las masitas de yiya murano.
Yo le ponía agua en una tapita, y ella, tan orgullosa, no hacía más que esforzarse por volcarlo.
Así nos enteramos como los dos habíamos sufrido. Le conté de mi última máscota y su final absurdo (leer primeros post de este blog) y me enteré del dolor de su destierro, del Río Dulce santiagueño, de las duras condiciones en que vivía durante tu prisión en el puesto de venta carretara donde la encontré, dentro de un cubierta de tractor, hacinada y apretada junto a una veintena de tortugas muchísimo más grandes que ella.
Aprendi de su silencio, de su paciencia, de su sabia interpretación del tiempo. Ella en cambio, no aprendió nada, ya que su orgullo de quelonio le impide aceptar que le divierte el jueguete que le hice.
No puedo decir que somos amigos. Aún mantiene ella su mirada altiva y prehistórica, sus ojos implacables y negros clavados en los míos. Pero sí somos buenos compañeros.
Ella no pide más que unas manzanitas bien cortadas, o una lechuga lavada bajo el sol de la mañana.
Bienvenida a casa.
Nota: La foto pertenece a otra tortuga puesto que Margarita se negó rotundamente a ser fotografiada.
Nota2: http://duacablog.blogspot.com/2008/04/mi-gata-se-cay-por-un-balcn.html (El episodio tristísimo de Cosita, la gata)
martes, 3 de marzo de 2009
Otoño en Mendoza (y Arcos)
Se puso a refugio detrás de un palo borracho florecido, porque verla caminar por la calle le parecía un delito. Llevaba un vestido corto y floreado, y unas sandalias blancas que trepaban apenas por sus tobillos.
Después, se miró las manos pinchadas con las púas del árbol, y la perdió de vista.
Así pasó el resto del otoño, extrañando.
Después, se miró las manos pinchadas con las púas del árbol, y la perdió de vista.
Así pasó el resto del otoño, extrañando.
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