jueves, 11 de diciembre de 2008

Las olas

Yo sentí tus lágrimas que a lo lejos ardían en mi pecho. Yo sentí rodar la pena por tu habitación, y no pude hacer nada. Oculto bajo las persianas oscuras y el humo de mi cigarrillo, sentí cada dolor que sentías, a veces de forma distante, como un llanto nocturno, a veces como un dolor punzante y filoso en el centro de mi pecho.
Porque fui deportado del sentido común y privado de valentía. Porque mis arrestos revolucionarios fueron parodias de un james dean en blanco y negro. Porque nada consuela ese dolor sin forma que nunca se detiene. Esa pena que empuja y se retira como las olas del mar.
La pena que se ha acostumbrado a dormir a los pies de mi cama.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo que tiene el mar (y es algo que siempre me deja pensando) es que de lejos, es tranquilo, pacífico, inspira confianza. Pero adentro, una vez metido bien adentro, empezas a darte cuenta que viene ola tra ola y si no te agachas te golpea, te revolea, te despeina, te hace entrar agua en la nariz y hasta te saca la maya (ja).
Cosa de locos.