lunes, 10 de agosto de 2009

tres años

Me hipnotiza la manera que tiene de empuñar una birome. Dibuja reptiles y pajaritos, les hace zapatos y sombreritos con flores, los tacha con una cruz, le saca punta a los lápices hasta pudrirse.
Más tarde se planta y se abona y se riega, y se tira a dormir. Entonces la espío. Los ojos cerrados como la cortina a tiritas de un almacen, la boca apretada, silbando despacito con cada vaivén de su respiración.
A veces lo que sueña se queda en la pared, como pequeñas sombras y luces que saltan entre las líneas que se reflejan de la persiana. Jamás logro interpretar un sueño de esos, tal vez porque no se dormir como ella. Por la mañana, en cambio, tenemos el mismo problema y nos quedamos dormidos semanalmente.
Para jugar a las escondidas elije siempre el mismo escondite, y no deja de asombrarse cuando la encuentro. Es fiel a sus rincones secretos, y yo la respeto dando vueltas innecesarias hasta finalmente descubrirla.
Ambos opinamos que Sid, el niño científico, es lo más grande que hay.

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