lunes, 20 de abril de 2009

Cara de velocidad



Me pasé la mañana visitando a una señora que vive en un barrio "asociado a la marginalidad y a la pobreza", al costado de una autopista, recién entrando a la ciudad.
Sentados en dos sillas sobre la calle de tierra, tomamos unos mates mientras, a menos de diez pasos de distancia, cientos de autos pasaban a toda velocidad, en ese tramo tan placentero para los autos que es la salida del peaje y la carrerita hasta la avenida en donde desemboca, adelante, esa autopista. Del otro lado; el correo viejo, la cruz de la capilla del obispo frazada (el mártir de los pobres, dijo la señora, apurando un mate dulcísimo) y las grúas como jirafas mecánicas que se aburrían tomando el sol desde lo más alto.
Amparo (así se llama la señora) se sabe la vista de memoria. Hace doce años que vive en esa casa-comedor comunitario que formó un día, y hace treinta que es vecina del barrio. Yo me acuerdo de todo lo que pasó acá, dice, y me acuerdo porque estuve para verlo. Pero lo dice sin odio, sin bronca, sin nada. Lo dice como exhibiendo un orgullo que ya no es tal, que ya no le interesa tanto. Ella tuvo un accidente y quedó hemipléjica un día, no podía mover la mitad del cuerpo. Eso era lo que me quería contar, me dijo.
Y rezaba. Vivía en la pobreza, y no podía darse el lujo de ser una carga. Las mujeres no tienen permitido dejar de pelear en esos barrios. Si hay algo que vos quieras que yo haga, dejame caminar, rezaba. Yo adivino que ha contado esta historia una cantidad de veces, y que es cierta. El punto es que, claro, caminaba perfectamente. Así que ni tiempo tuvo de festejar el milagro. Ahí nomás vendió su casilla, compro otra parcela, y construyó un comedor para los chicos del barrio. Gratis (claro) cocina de lunes a domingo para 150 chicos, en su propia casa-comedor, y les da de comer a todos. Tiene una cocina muy chica, así que empieza a cocinar al mediodía para terminar de preparar todo a la hora de la cena, junto con otras voluntarias. Se sabe los nombres y las historias de todos.
Nos interrumpe un viejito que llega caminando bien despacio. Que en la capilla hoy no hay nada para comer, no sabe si porque falta comida o si es que no fue nadie a prepararla. Amparo llama a su hijo y le pide que le alcance una silla al señor, en un ratito vamos eh?, lo tranquiliza. Y seguimos hablando. A veces no les va a nadie a dar de comer a los viejitos, me dice, casi nadie los ayuda. Ella tiene 60 y pico, no recuerdo.
Hay carteles en las paredes del salón, días de juegos con títeres para los más chicos, algo de un programa para madres jóvenes, y otro con horarios de apoyo escolar. Todo el tiempo está buscando cosas nuevas para ofrecer desde el comedor. Unos chicos de la uba que son ingenieros y ayudan a construir bien las casas a la gente.
Un rato más tarde, apenas saliendo de su casa, sabía que había escuchado una historia buenísima, y me sentía afortunado. Pero también pensaba que todas las historias que había escuchado ahí eran así de especiales. Los autos pasaban encima mío en la parte del barrio que está bajo la autopista. Muy por encima, muy rápido. Yo pensaba que era una injusticia que Amparo no había podido terminar de sellar el techo de su comedor porque la última moda judicial prohibió el ingreso de más materiales a la villa. Y pensaba en la pared llena de humedad que se le estaba estropeando, con lo que costó levantarla. Y pensaba en las miradas con cara de velocidad que habían hecho la prohibición, y en la mirada fija de Amparo viéndolos pasar desde su casita, cebando un mate dulcísimo a quien quisiera escucharla un rato.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

hay gente así de linda, así de sencilla y así de luchadora en todas partes, solo hay que tener ganas de verlos, como has tenidos vos

saludos


roseanne

Juan-D dijo...

No no no. No son mis ganas. Me toca hacerlo por el trabajo. Y me sirve para darme cuenta de que equivocado se ve todo desde lejos, eso queria decir.

Anónimo dijo...

Llamame ploma pero todo tiene que ver con todo, está bien el trabajo te hizo poner los ojos allí, pero nadie te obligó a contarlo, ha sido porque así lo has sentido.

r

Anónimo dijo...

no, tampoco. tendria que haberlo escrito de otra manera.
nada mas queria contar la historia

naio dijo...

me encantó el relato; lo dicho y la forma.

nech dijo...

ya se sabe.. el mundo está mal hecho